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Este blog se propone brindar información complementaria a las materias de Realidad Socioeconómica Mundial y Argentina, a modo de herramienta para la cursada.



miércoles, 5 de octubre de 2011

Dos estudios sobre la emigración reciente en la Argentina. Novick, Murias. Instituto de Investigaciones Gino Germani. Fac. de Cs. Sociales. UBA.

  1. Los latinoamericanos en Europa: a partir de los datos publicados por Naciones Unidas en relación a las migraciones internacionales, se pueden apuntar las siguientes tendencias: a) el números de migrantes se ha duplicado desde 1975. Casi 1 de cada 10 personas viviendo en el mundo desarrollado es un migrante. La cantidad de seres humanos que viven en otro lugar que no es su país de nacimiento alcanza a los 175 millones, b) el mayor volumen de inmigrantes reside en Europa – 56 millones -, mientras que 50 millones en Asia y 41 millones en Norteamérica, c) las políticas migratorias están cambiando. El 40% de los países poseen políticas migratorias que tienden a reducir los niveles migratorios y si bien los países desarrollados se inclinan a formular políticas restrictivas, los países subdesarrollados siguen la misma tendencia. Las recientes tendencias demográficas en la Unión Europea muestran que el decrecimiento poblacional observado se compensa con los flujos migratorios, y dentro de estos flujos el proveniente de Latinoamérica se intensifica. Efectivamente, la población europea envejece y crece muy lentamente. Italia es el ejemplo más claro de dicho proceso. En relación con los flujos, mientras que España y Alemania aparecen como los países más atractivos, Francia, Finlandia, Irlanda y Portugal se muestran como los de menor atracción migratoria. Un estudio específico sobre latinoamericanos en Italia indica que hacia 2001 los inmigrantes provenían mayormente de Brasil, Perú y Argentina. Los datos de algunas encuestas demuestran que el servicio doméstico es la principal fuente de empleo y que sólo un pequeño grupo ocupa mejores posiciones en el mercado de trabajo. Otra característica del flujo es la “feminización” y el incremento de las motivaciones económicas sobre las políticas. El citado panorama demográfico de decreciente fecundidad y progresivo envejecimiento en Italia explicaría la favorable actitud de las fuerzas políticas más conservadoras, en relación con el ingreso de argentinos. Así contrarias a la inmigración asiática y africana, los partidos políticos de derecha se pronunciaron sobre la conveniencia de sancionar normas que ayudaran el ingreso de argentinos, especialmente si eran descendientes de italianos. España también se ha transformado: de ser un país de emigración se ha vuelto receptor de inmigrantes. Según el Boletín Informativo del Instituto Nacional de Estadística, al 1 de enero del 2003, el número de extranjeros empadronados en España asciende a 2.664.168; más de la mitad de los cuales proceden de América Central y del Sur. Muchos de los inmigrantes carecen de ingresos suficiente generando una presión sobre los servicios de asistencia social primaria. A octubre de 2003, el número de ciudadanos extranjeros con tarjeta sanitaria para personas sin recursos económicos suficientes asciende a 619.598, de los cuales más del 60% son iberoamericanos. Otra mirada de este fenómeno surge de las acciones formuladas por el gobierno español. Una de ellas, lo constituye el Convenio de Colaboración Institucional que firma en julio de 2003, el Instituto de Migraciones y Servicios Sociales, y la Organización Internacional para las migraciones, mediante el cual se inicia la fase piloto del Programa de Retorno voluntario de Inmigrantes desde España; cuyos beneficiarios son los inmigrantes en situación de vulnerabilidad, con problemas de integración y las víctimas de la trata y el tráfico ilícito de personas. El programa ofrece un pasaje internacional de retorno al país de origen y ayuda económica para el reasentamiento. Otro estudio psico-social llama la atención acerca del elevado nivel educativo que muestran los inmigrantes argentinos recién llegados a España, expulsados por la grave crisis de nuestro país y su apego a los tradicionales valores de la clase media: expectativa de movilidad social ascendente, participación cívica, proyectos profesionales y laborales, consumo y manejo de información, énfasis en la educación.
  2. La experiencia argentina: En el análisis de los movimientos internacionales de personas, Argentina constituye un

caso relevante no sólo porque las migraciones internacionales han constituido un elemento

central en la construcción y desarrollo de su Nación, sino también porque el país pasó de ser

un receptor neto de flujos migratorios desde fines del siglo XIX hasta mediados de 1950, a ser

un expulsor neto en el último cuarto del siglo pasado, especialmente de mano de obra

calificada. La reversión de estos flujos estuvo asociada al menor dinamismo económico que

experimentó Argentina luego de la segunda guerra mundial y que implicó para el país un

retraso respecto de otras economías con mejor desempleo económico, conjuntamente con una

fuerte inestabilidad política a lo largo de su historia.

Desde mediados del siglo pasado, conjuntamente con la reducción de los flujos de

ultramar, se verificó un cambio en la composición de la población extranjera residente en el

país la que pasó a ser mayoritariamente originaria de los países limítrofes. Si bien estos flujos

tienen una larga tradición en el país –fundamentalmente en las zonas fronterizas–, desde la

década de 1960 comienzan a tener mayor visibilidad dado que se dirigen hacia los centros

urbanos, en particular hacia el Área Metropolitana de Buenos Aires.3

Paralelamente a este proceso que va convirtiendo a Argentina en el núcleo de un

subsistema regional de migración del cono sur (INDEC, 1997), comienza a observarse un

flujo creciente de salida de argentinos hacia el exterior, especialmente de mano de obra

calificada, que se dirige mayoritariamente a Estados Unidos, España, Italia y Canadá.

Período 1947-2005

Los efectos devastadores de la guerra en el Viejo Continente generaron las

condiciones para que un conjunto importante de europeos decidiera salir de sus países en

busca de mejores oportunidades. Argentina se convirtió, entonces, en un destino natural para

aquellas personas dado el conocimiento que se tenía sobre el país a partir de las redes

generadas por las corrientes migratorias previas. De esta manera, Argentina experimenta una

nueva (y última) oleada de inmigrantes de ultramar entre mediados de la década del cuarenta

y principios de los cincuenta siendo la tasa anual de entradas netas de alrededor de 7,5‰ entre

1947 y 1951.

Sin embargo, la rápida reconversión económica europea de fines de los años cuarenta,

conjuntamente con el retraso que empieza a experimentar la economía argentina se traduce en

un proceso de continua reducción de los incentivos para migrar hacia el país. En efecto, ya en

la segunda mitad del siglo XX las ventajas en términos de ingreso per cápita que Argentina

presentaba sobre España e Italia comienzan a revertirse sistemáticamente (Gráficos 2 y 3) al

tiempo que la inmigración europea prácticamente se detiene hacia finales de los años

cincuenta. En 1960 los salarios medios italianos superaban a los de Argentina en 50%

mientras que la brecha a favor de España era del orden del 13%. Estos diferenciales se

amplifican aún más en los períodos siguientes logrando cierta estabilización en la década de

los noventa. En particular, en 19885 las remuneraciones medias de Italia y España

representaban casi 4 y 3 veces a las de Argentina, respectivamente, mientras que en 2001 el

PIB per cápita del país era sólo la mitad del de aquellos países (Williamson, 1994).

La inestabilidad macroeconómica, el retraso económico, la instauración de regímenes

militares, la persecución política y el deterioro de la situación social que fue experimentando

Argentina a lo largo de las últimas décadas hicieron que desaparecieran los antiguos factores

de atracción que habían estado vigentes en la primera mitad del Siglo XX y que, por el

contrario, aparecieran elementos de expulsión de nativos hacia el exterior.

En efecto, uno de los rasgos característicos del período de posguerrra ha sido la fuerte

inestabilidad política por la que atravesó el país, fenómeno que impactó no sólo en las tasas

de entrada bruta de inmigrantes sino, también, en las de salida de argentinos hacia otros

países. La imposición de regímenes militares, con la supresión de las libertades civiles y

académicas, constituyó una causa importante de la emigración de profesionales y científicos a

partir de la década del cincuenta y hasta principios de los años ochenta. Tal como puntualiza Oteiza (1969), si bien en la década del cuarenta y cincuenta ya se

registraban ciertos flujos de emigración de investigadores, es a partir de la política de

represión llevada a cabo bajo la dictadura de Onganía (1966-1970) cuando estos flujos

aumentan significativamente. A lo largo del período que se extiende desde allí hasta el retorno

de la democracia en 1983, la llamada "fuga de cerebros" experimentó un crecimiento inédito

en el país. Sin embargo, la situación se volvió más dramática aún bajo la última dictadura

militar instaurada en 19766 en la cual se implementó una masiva persecución de intelectuales,

profesionales y alumnos en el marco de un proceso de represión global.

El cese de la persecución y represión a partir de la vuelta de la democracia contribuyó

a reducir la salida y a lograr el retorno de cierto número de científicos e intelectuales.7 Sin

embargo, la falta de políticas científicas y tecnológicas, la escasez de financiamiento para este

tipo de actividades, los diferenciales salariales y de oportunidades de empleo con respecto a

los países más desarrollados hicieron que el “brain drain” continúe e, incluso, se intensifique

durante las últimas décadas (Solimano, 2003a).

A lo largo de todo este período los incentivos económicos y políticos se configuraron

de manera tal de generar condiciones tanto para la expulsión de nativos como para la

atracción de nuevos flujos de inmigrantes, ya no de europeos, sino provenientes de países

limítrofes. En efecto, desde mediados de los años cincuenta, y paralelamente a los desarrollos

recién mencionados, se inicia un nuevo proceso en Argentina caracterizado por el aumento en

las tasas de entradas de inmigrantes provenientes de países limítrofes, especialmente de

Paraguay, Chile y Bolivia. Estos flujos, sin embargo, no eran nuevos; históricamente, estos

contingentes de inmigrantes se habían radicado en áreas rurales de las provincias argentinas

fronterizas con sus países, ocupando, en parte, los puestos de trabajo que eran dejados por los

nativos del interior del país quienes se desplazaban a las ciudades en el marco del desarrollo

industrial sustitutivo de importaciones. En una segunda etapa los inmigrantes empiezan a

reorientar su destino dentro del país desplazándose hacia las áreas urbanas, especialmente hacia la Ciudad de Buenos Aires y sus alrededores. Como puntualiza Grimson (2005), las primeras corrientes migratorias limítrofes tenían un carácter fundamentalmente rural-rural, transformándose luego en urbano-rural y, por último, en urbano-urbano. Ello ha posibilitado que a lo largo de todo este período la inmigración limítrofe fuera adquiriendo “visibilidad” no sólo como consecuencia de su mayor peso en relación al total de extranjeros en el país, sino debido a este desplazamiento desde las zonas fronterizas hacia los centros urbanos del país.

La dinámica migratoria de estos grupos se ha vinculado directamente con las diferentes etapas de desarrollo económico que experimentaron sus países de origen como, así también, con su cambiante situación política. Adicionalmente, estos flujos han estado

afectados por la política migratoria implementada en Argentina. En particular, bajo el último

gobierno militar (1976-1983) se produjeron modificaciones importantes al establecerse leyes

que restringían la entrada de extranjeros al país. En 1981 fue sancionada la Ley de

Migraciones a través de la cual se desalentaba la migración de países no europeos, se prohibía

la actividad económica de los limítrofes y se restringía su acceso a los servicios sociales

públicos. A partir de allí la legislación no ha tenido una orientación bien definida aún con el retorno de la democracia en diciembre de 1983: se sancionaron amnistías (por ejemplo la de

1984) pero también nuevos instrumentos restrictivos (como en 1985 y 1987); posteriormente,

se decretó otra amnistía en 1992-1993 y se firmaron convenios bilaterales con Perú y Bolivia.

Junto con estas medidas se implementaron políticas de control, incluyendo decretos de

expulsión de inmigrantes ilegales (Novick, 2001).

Sin embargo, más allá de ciertas coyunturas que pueden favorecer o retraer los flujos

de entrada a Argentina, para algunos países de la región la emigración hacia este país se ha

constituido en un fenómeno recurrente sobre el cual las diferentes fases de desarrollo

económico, social y político imprimen aceleraciones o desaceleraciones. En efecto, las

disparidades de ingresos que presenta Argentina respecto de otros países de la región han ido

configurando condiciones estructurales que explican la persistencia de los flujos de entrada de migrantes provenientes de la región, fundamentalmente de Bolivia y Paraguay, aún en fases

recesivas como las experimentadas por el país en la segunda mitad de los noventa. La consolidación de un mercado de trabajo regional, la existencia de redes originadas en los

flujos previos y los diferenciales de desarrollo favorables a Argentina parecen ser los factores

de atracción más importantes que han hecho que el país se transforme –conjuntamente con

Venezuela– en uno de los das naciones receptoras de migrantes más importantes de América

Latina (CELADE, 1998)